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Inauguración de la novena edición del Máster ELE en Comillas

El pasado miércoles 21 de octubre tuvo lugar la inauguración oficial de la novena edición del Máster Universitario en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera (ELE), que imparte el Centro Universitario CIESE-Comillas.

El Aula Magna fue el escenario escogido para llevar a cabo la apertura de este nuevo curso, que contó, entre otros, con representantes del Centro Universitario CIESE-Comillas como Celestina Losada, Directora Académica, además del vicerrector de Relaciones Institucionales y Coordinación de Cantabria Campus Internacional, Juan Enrique Varona. Todos ellos presidieron el acto acompañados por el equipo docente del Máster Universitario en Enseñanza de ELE, por alumnos y familiares.

El encargado este año de la conferencia inaugural fue Gonzalo Capellán de Miguel, Consejero de Educación para Reino Unido e Irlanda de la Embajada Española en Londres, cuya intervención llevó por título "La vida de las palabras. Léxico, conceptos y metáforas como células constitutivas de la lengua". A lo largo de esta ponencia, Capellán hizo un viaje desde los tiempos de Copérnico, pasando por la Revolución Francesa, las guerras de independencia de Sudamérica hasta la actualidad para mostrarnos cómo puede evolucionar el concepto y las diferentes connotaciones de una palabra según el contexto histórico, remarcando que los momentos en los que se da una cierta aceleración del tiempo dan como resultado cambios semánticos. 

En conclusión, una maravillosa ponencia que profundiza en la etimología de ciertas palabras, demostrando que el lenguaje no es estático: está vivo.

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Antonio Banderas contra Donald Trump

A Antonio Banderas no le hizo falta ver cómo Donald Trump expulsaba de malas maneras al periodista Jorge Ramos de una rueda de prensa para que su paciencia se colmara. El pasado mes de julio, cuando recogía un premio honorífico en la gala de los premios Platino de Cine Iberoamericano, no solo agradeció el galardón, también reivindicó la idiosincrasia latina y cargó contra el candidato republicano a la Casa Blanca y sus declaraciones racistas contra los mexicanos que llegan a Estados Unidos. El discurso, publicado en YouTube el 20 de julio, revive ahora en la red impulsado por un emergente movimiento hispano digital aglutinado bajo las etiquetas #SomosUno y #LatinosUnidos.

En aquel momento, Trump se había encargado de cosechar el rechazo de la población hispana al declarar en su discurso de precandidato que los mexicanos eran «unos delincuentes y unos violadores». El fenómeno de oposición ha seguido creciendo después de que conocidos representantes de la comunidad latina dentro y fuera de Estados Unidos como Ricky Martin y Paulina Rubio se hayan manifestado a través de las redes en contra del empresario por el trato recibido por el periodista mexicano Jorge Ramos, emblema de la cadena de noticias Univisión, voz de los hispanos en Estados Unidos. O la decisión del cocinero José Andrés, uno de los chefs favoritos de Obama, de no abrir un restaurante en uno de los futuros proyectos de Trump.




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La invasión del neoespañol

Es demasiada la gente que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas.

En pocos días he oído o leído, en prensa o en libros, las siguientes expresiones inexistentes y por tanto difícilmente comprensibles: “Le echaron el pato encima”; “Se desvivía en elogios de ella”; “Le dio a la sin lengua”; “Es una mujer-bandera”. Uno trata de “traducir”, y supone que en la primera hay una mezcla de “pagar el pato” y “cargarle el muerto”; en la segunda, de “desvivirse por ella” y “deshacerse en elogios”; en la tercera, una metamorfosis (a la lengua se la llama castizamente “la sin hueso”); en la cuarta, lo que siempre se dijo “una mujer de bandera” ha quedado comprimido en una extraña figura: mujeres que se llevan en un asta, para dolor de ellas. Escribí bastantes artículos comentando estas corrupciones y absurdos, hasta que di la batalla por clamorosamente perdida. Alertar de los imparables maltrato y deterioro del castellano, en España como en Latinoamérica (hay la fama de que allí se habla mejor que aquí, pero es falsa: cada lado del Atlántico, simplemente, destruye a su manera), carecía de sentido cuando los embates son constantes y sañudos y además contradictorios entre sí, no obedecen a un plan ni a un esquema. Los anglicismos superfluos, por supuesto, campan a sus anchas (hoy muchos dicen “campean”). Las concordancias han saltado por los aires: “Quiero decirle a los españoles”, se oye en boca del Presidente del Gobierno y también del último mono, ya que a nadie le importa que el plural “españoles” exija “les” en esa frase. Los modismos son “creativos” y no hay dos personas que coincidan en ellos: el antiguo e invariable “poner la carne de gallina” admite todas las variantes, desde “la piel” hasta “los vellos” hasta “la carne de punta”.

Sus delirantes, tronchantes y a la vez tristísimos ejemplos están sacados de prensa escrita y hablada, pero también de obras literarias, tanto originales como traducidas. Uno va leyendo, y casi a cada página le da la risa y se lleva las manos a la cabeza, desesperado: “Esa camisa le profería un aire chulesco”, o “Dijo el rey propiciándole un beso en la frente”, o “El religioso ahorcó los hábitos”, o “Habían fletado todo el hotel” son muestras de cómo los verbos se permutan alegremente y de que cualquiera les sirve hoy a muchos hablantes y escritores. Claro que esto no es nada al lado de las “creaciones” enigmáticas: “Su trato a veces puede aminorarse difícil”, o “Lo miró atusando las pestañas”, o “La oyó desertar hondos suspiros”, o “Pifió ella, mirándolo a los ojos”. Hay que ser muy sagaz para traducir todo eso. La autora no pretende serlo. Trata de descifrar lo indescifrable, y reconoce a veces su fracaso, es incapaz de “traducir” de una neolengua cuyos códigos desconocemos, seguramente porque se caracteriza por no tenerlos. Tampoco se rasga las vestiduras, no dice que esta extraña suplantación del español sea en sí buena ni mala, tan sólo da cuenta de ella. Lo hace con resignación y humor: ante la frase “Tan pronto le quitó el ojo, la joven salió corriendo”, se limita a apostillar: “Lo que no es de extrañar, cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo”. Apenas se inmuta al leer: “El viento cambió de dirección sin cita previa” o “Intentó besarle los labios de él con los suyos”. Yo maldije, en cambio. Para mí el conjunto es aterrador, pese a lo mucho que me he divertido. Es demasiada la gente (incluidos renombrados autores y traductores) que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas y es zarandeada por ella. Hubo un tiempo en el que podía uno fiarse de lo que alcanzaba la imprenta. Ya no: es tan inseguro y deleznable como lo que se oye en la calle. El problema de esta Guía de neoespañol es que sólo puede ser descriptiva, porque ¿cómo puede aprenderse a manejar lo que en modo alguno es manejable?Hice bien en abandonar la lucha, porque la magnitud del desastre es aún mayor de lo que creía, según compruebo en un libro que me llega,Guía práctica de neoespañol, de Ana Durante, veterana profesional de la edición que se ha pasado años observando anomalías, analizándolas y recopilándolas, para llegar a la conclusión de que, sin que nos percatemos mucho, hay una “neolengua” o “Idioma Aproximado” (de ambas formas lo llama) que está suplantando al español tradicional que todavía muchos hablamos y escribimos. Esto no sería demasiado grave si no fuera porque este “neoespañol” no está organizado ni hay acuerdo alguno entre sus usuarios: cada cual dice o escribe lo que le parece; todo vale con tal de que sea incorrecto o inexistente o inventado; cada uno se expresa –en solitario– como le viene en gana. Y aunque la autora se abstiene de identificar sus ejemplos con títulos, nombres y apellidos, para no perjudicar a nadie, tiene razón cuando señala que “bajo ninguna circunstancia tendría imaginación suficiente como para inventar algo ni remotamente parecido” a dichos ejemplos. (Nadie la tendría, en efecto.) Al recorrerlos uno, además, a menudo los reconoce: los ha visto u oído antes, o cosas muy similares. Pero probablemente los ha visto u oído sueltos, sin calibrar la dimensión del destrozo. Al encontrárselos agrupados en los diferentes capítulos de esta Guía de neoespañol, la carcajada es casi continua (para los que aún empleamos el idioma “no aproximado”) y también la desolación (de nuevo para los que preferimos que la lengua sea algo sólido y firme y comprensible para todos, y no una especie de papilla que salpica de diversas maneras a cuantos meten la cuchara en ella).

Sus delirantes, tronchantes y a la vez tristísimos ejemplos están sacados de prensa escrita y hablada, pero también de obras literarias, tanto originales como traducidas. Uno va leyendo, y casi a cada página le da la risa y se lleva las manos a la cabeza, desesperado: “Esa camisa le profería un aire chulesco”, o “Dijo el rey propiciándole un beso en la frente”, o “El religioso ahorcó los hábitos”, o “Habían fletado todo el hotel” son muestras de cómo los verbos se permutan alegremente y de que cualquiera les sirve hoy a muchos hablantes y escritores. Claro que esto no es nada al lado de las “creaciones” enigmáticas: “Su trato a veces puede aminorarse difícil”, o “Lo miró atusando las pestañas”, o “La oyó desertar hondos suspiros”, o “Pifió ella, mirándolo a los ojos”. Hay que ser muy sagaz para traducir todo eso. La autora no pretende serlo. Trata de descifrar lo indescifrable, y reconoce a veces su fracaso, es incapaz de “traducir” de una neolengua cuyos códigos desconocemos, seguramente porque se caracteriza por no tenerlos. Tampoco se rasga las vestiduras, no dice que esta extraña suplantación del español sea en sí buena ni mala, tan sólo da cuenta de ella. Lo hace con resignación y humor: ante la frase “Tan pronto le quitó el ojo, la joven salió corriendo”, se limita a apostillar: “Lo que no es de extrañar, cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo”. Apenas se inmuta al leer: “El viento cambió de dirección sin cita previa” o “Intentó besarle los labios de él con los suyos”. Yo maldije, en cambio. Para mí el conjunto es aterrador, pese a lo mucho que me he divertido. Es demasiada la gente (incluidos renombrados autores y traductores) que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas y es zarandeada por ella. Hubo un tiempo en el que podía uno fiarse de lo que alcanzaba la imprenta. Ya no: es tan inseguro y deleznable como lo que se oye en la calle. El problema de esta Guía de neoespañol es que sólo puede ser descriptiva, porque ¿cómo puede aprenderse a manejar lo que en modo alguno es manejable?

Fuente: El País, Javier Marías




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